10 mayo, 2009

saber contemplar el ocaso

2 comentarios:

  1. La luz casi perforaba las delgadas y rápidas olas que en forma de abanico se deslizaban de prisa sobre la playa. La muchacha, que al sacudir la cabeza había hecho bailar todas las piedras preciosas, el topacio, el aguamarina, todas las piedras preciosas con chispas bajo los líquidos colores, dejó ahora al descubierto sus sienes y, los ojos muy abiertos, trazó un recto sendero sobre las olas, cuyos destellos de escamas se oscurecieron. Se amontonaron las olas, sus verdes oquedades adquirieron profundidad y negrura, y parecía que vagabundos bancos de peces pudieran atravesarlas. Al romper y retroceder, dejaban en la arena una negra raya formada por ramitas y corcho, pajillas y palitos, como si una chalupa ligera hubiera naufragado, reventados sus costados, y su tripulante hubiera ganado a nado la tierra, trepando a una roca, dejando que la frágil carga fuera transportada por las olas a la playa.

    Virginia Woolf, Las olas.

    Buenos días, Laura.
    :)

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  2. stoy encantada de sus aportaciones/divagaciones sñra. na-na.

    :)

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